Imagínese la siguiente escena: Una gran fiesta de etiqueta, muy solemne y elegante, se celebra en un fastuoso salón. La orquesta toca música suave, y los invitados bailan lenta y correctamente. De pronto, se ve a un señor en el mezzanine que domina el salón, con cierto gesto de enojo mirando seriamente hacia abajo. Es una figura gruesa y baja, ostentosa que emite expresiones de desagrado, indiferencia, y cierta arrogancia un poco exagerada. La música se desvanece hasta convertirse en silencio. Las parejas dejan de bailar. El caballero comienza a descender arrogantemente por la escalinata curva. En el primer peldaño resbala y cae sentado. Se escucha alguna que otra risita, que pronto es reprimida. Sigue cayendo, tun… tun. Más risas apagadas; está ejecutando uno de los más cómicos e inéditos descensos. Da una voltereta, rebota contra la pared en el descansillo y sigue su caída. La gente se parte de risa. Al llegar al final de la escalera – mientras el público se ríe sin medida – queda extendido, cuan largo es, sobre el parqué. Está muerto. Cuando logre establecer en qué peldaño de la escalera el asunto dejó de ser chistoso, sabrá usted lo que es el humor.
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