miércoles, 20 de enero de 2010

España, Una

Pero faltaba otra unidad más profunda: la unidad de la creencia.
Solo por ella adquiere un pueblo vida propia y conciencia de su fuerza unánime; sólo por ella se legitiman y arraigan sus instituciones; sólo por ella corre la savia de la vida hasta las últimas ramas del tronco social.
Sin un mismo Dios, sin un mismo altar, sin unos mismos sacrificios; sin juzgarse todos hijos del mismo Padre y regenerados por un Sacramento común; sin ser visibles sobre sus cabezas la protección de lo Alto; sin sentirla cada día en sus hijos, en su casa, en el circuito de su heredad, en la plaza del municipio nativo; sin creer que este mismo favor del cielo, que vierte la lluvia sobre sus campos, bendice también el lazo jurídico que él establece con sus hermanos, y consagra con la justicia la potestad que él delega para el bien de la comunidad, y rodea con el cíngulo de la fortaleza al guerrero que lidia contra el enemigo de la fe o el invasor extraño, ¿qué pueblo habrá grande y fuerte? ¿Qué pueblo osará arrojarse con fe y aliento de juventud al torrente de los siglos? Esta unidad se la dio a España el Cristianismo.

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