viernes, 11 de septiembre de 2009

Sueños Rotos

El bien no siempre gana. No es cierto que la verdad acabe resplandeciendo ni abriéndose camino entre la maleza. Esa creencia es una fantasía derivada del hecho de que somos los supervivientes los que escribimos la historia.
Que vayan con ese cuento a Natalia Estemirova, asesinada hace algunos días en Chechenia por la misma razón que tres años antes segaron la vida a Anna Politkovskaya. La periodista fue secuestrada a plena luz del día y horas después apareció tirada con dos balas en la cabeza y otra en el pecho. La ONG a la que pertenecía ha tenido que cerrar y largarse del país.
Otro. Que se lo digan a José Antonio Romero, jefe de policía en Veracruz. Unos sicarios rodearon su casa mientras dormía y cuando agotaron la munición de las ametralladoras, pasaron a las granadas. Achicharraron al agente, a su mujer y a sus cuatro hijos, el mayor, de 15 años.
Ahora algunas preguntitas; ¿Ganaran los defensores de los derechos humanos la partida en el Cáucaso? ¿Se impondrá la ley al narcotráfico en México? Solo son dos ejemplos. Que cada uno ponga el suyo. Hay miles.
No estaba escrito que los aliados tuvieran que ganar la guerra a los nazis, aunque Hollywood nos haya hecho creer lo contrario.
El futuro no es perfecto, es indefinido. Hay que construirlo cada día.
Necesitamos creer en finales felices. Por eso, tipos como los de Amnistía Internacional no nos acaban de caer bien. En el fondo son aguafiestas. Pero ahora se ha visto que tenían razón cuando denunciaban torturas en las cárceles secretas de Bush o cuando acusaban a China de permitir el tráfico ilegal de los órganos de los condenados a muerte.
Es humano. A nadie le gusta que le amarguen el día ni que hagan añicos su pequeño cuento de hadas. El presidente de España presume de ser un ‘optimista antropológico’ cuando lo excepcional es encontrar a quien no lo sea.
A partir de ahí, cada uno canaliza esa ilusión a su manera. Para unos, el optimismo es una adormidera. Engendra conformismo. Al fin y al cabo – piensan para sus adentros -, todo acabará arreglándose.
¿Por qué molestarse entonces? Para otros, en cambio, es un acicate, un estímulo. Edward Kennedy, al saberse derrotado en la carrera hacia la Casa Blanca, lo interpretó así: “El sueño nunca morirá”.
Es verdad que tenemos que cerrar los ojos para ser felices o, al menos, para poder dormir. Por eso reconforta y es un consuelo imaginar que, en el peor momento, alguien montado en su caballo – como en el pasado – llegará a tiempo de salvarnos el trasero. Pero sólo es eso. Un desvarío.

No hay comentarios:

Seguidores