domingo, 21 de febrero de 2010

Emigrantes

España ahora ve como venimos. Impulsados por la necesidad de trabajo, muchos abandonamos con pena el entorno familiar, e iniciamos un nuevo género de vida, en un medio nuevo; nos topamos con un lenguaje desconocido, nos falta el apoyo cercano de los familiares, de los vecinos y de los amigos de la infancia…
Hombres y mujeres que procedemos de América, de África, de Asia… Buscamos trabajo, buscamos ganar el pan.
¿Cómo nos miran ésta sociedad? ¿Qué acogida nos dan? ¿Ven en nosotros competidores o hermanos? Es duro desarraigarse del propio terruño. Pero ¡que horrible sentirse rechazado, incomprendido!
Los cristianos como yo, sabemos que, cuando un inmigrante llama a la puerta, es el mismo Jesús quien llama: “lo que hicisteis a uno de estos pequeñuelos a Mi me lo hicisteis”. Por tanto, habrá que despojarse de prejuicios raciales, revestirse de misericordia, y dar la mano al que llega completamente desprotegido.
El inmigrante no debe ser para ustedes un ciudadano de segunda; es un hermano más en su comunidad. Si no quieren caer en la xenofobia, en el desprecio al extranjero, tienen que acelerar un proceso de conocimiento, de amor, a cuantos llegamos a ustedes, y aumentar los cauces de solidaridad.
El inmigrante es Cristo mismo, con carne de extranjero, que busca, a veces, la pura supervivencia.

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