jueves, 9 de septiembre de 2010

El Espíritu Me Puso En Pie

No debemos quedar abatidos por la debilidad que ocasiona nuestra convivencia con los que se declaran del partido de Satanás, sino levantar nuestro ánimo y demostrar que nuestra fuerza radica en la acción del Espíritu que nos penetra y renueva nuestra vitalidad. Es la recomendación que el apóstol Pablo nos hace al presentarse alegre y contento en medio de insultos, persecuciones y dificultades sufridas por permanecer fiel a Cristo. El profeta Ezequiel supo también de la obstinación de los contrarios a escuchar la palabra de Dios, pero el Señor le hizo fuerte frente a ese pueblo rebelde, para que él hable en Su nombre, del valor de la voluntad divina frente a alternativas que se atrevían a anunciar bienestar o desastres no diseñados por el Señor. Cuando esta fuerza de Dios se hace presente en la vida de Jesús entre sus compatriotas, sus paisanos quedan asombrados ante el conocimiento que Jesús muestra de las cosas, así como del poder que ejerce sobre las mismas. El lenguaje de Dios es aquel que transmite la verdad de Su persona. Jesús nunca hizo alarde de su condición divina, ya que Él había aceptado la encarnación para manifestar su humanidad y en ella vivir los sufrimientos del ser humano, como consecuencia de su condición pecadora. Devolver al ser humano una humanidad nueva, es algo que trasciende todo conocimiento y esperanza humana; por ello se asombraban sus paisanos cuando Jesús les hablaba del Reino de su Padre Dios. Sacar a la humanidad del fracaso, cuando se le considera como una parte sin más de la naturaleza caduca y perecedera, es poner en pie lo que esta abatido. Esa acción no la puede realizar nadie más que la fuerza y energía que dimana del Espíritu, capaz de poner al hombre en pie. La única resistencia que Jesús hasta hoy no consigue superar, es la falta de fe de los hombres, que a su vez es don gratuito de Dios.

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