sábado, 18 de septiembre de 2010

Conversión

En una conversación reciente, se me pregunto “si sigo siendo católico”. Pero si tenemos nuestra mirada orientada a lo que es la Vida, a lo que es el origen de la Vida entre los hombres, se irá haciendo camino una forma de comunicación con los demás que no esté a la espera de una respuesta, sino que iremos dando lo mejor que tenemos porque creemos y vivimos confiados en la respuesta última de Dios.
La salvación que Cristo predica no se realiza desde fuera, cambiando a los demás, cambiando al mundo. Todo arreglo ha de empezar por uno mismo, por un cambio de mentalidad en la línea, precisamente, que Cristo vivió.
Conversión – motivo de la pregunta que me hacen – significa querer vivir, querer volver a empezar, suprimir lo oscuro, no conformarse con la vida que se arrastra. La conversión para preparar la conciencia a la Vida, al Señor, requiere comprender que el esfuerzo, la renuncia y el ofrecimiento de mi vida son algo bueno, positivo. Saber decir que no, y nunca por represión o temor, sino por convencimiento.
Y les digo más. Lo más difícil para cada uno de nosotros es aceptar que la grandeza de nuestra vida depende de nuestra actitud interior. Por eso convertirse a Jesús es aceptar que el fin de todo depende de Dios y que Dios está junto a quienes han hecho de su vida un testimonio oculto de bondad, servicio y esperanza.
Finalmente, todo hombre debe aprender que lo único importante para su vida aquí y luego, será su preocupación por vivir en la Verdad, ser consecuente allá donde la historia le ha colocado, en la religión o en la sociedad en que ha nacido. Convertirse no es hacerse socio de una Iglesia, ni del Papa, ni del Obispo o del párroco de su barrio, es antes que nada aceptar vivir de acuerdo con la verdad de su propia conciencia.

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