martes, 2 de marzo de 2010

Estaba Escrito

Finalmente apareció una joven, de cabellos largos y muy negros. Entonces fue como si el tiempo se parase y el alma del mundo surgiese con toda su fuerza ante mí.
Cuando vi sus ojos negros, sus labios indecisos entre una sonrisa y el silencio, entendí la parte más importante y más sabia del lenguaje que todo el mundo hablaba y que todas las personas de la tierra eran capaces de entender en sus corazones. Y esto era el Amor, algo más antiguo que los hombres, y que sin embargo resurgía siempre con la misma fuerza dondequiera que dos pares de ojos se cruzaran como se cruzaron los nuestros. Sus labios finalmente decidieron ofrecerme una sonrisa, y aquello era una señal, la señal que yo esperé sin saberlo durante tanto tiempo en mi vida, que había buscado en tierras lejanas, fuera de mi suelo y allá donde yo me encontrase. Allí estaba el puro lenguaje del mundo, sin explicaciones, porque el Universo no necesita explicaciones para continuar su camino en el espacio sin fin. Todo lo que yo entendía en aquel momento era que estaba delante de la mujer de mi vida, y sin ninguna necesidad de palabras, ella debía de saberlo también. Estaba más seguro de esto que de cualquier cosa en el mundo, aunque mis padres, y los padres de mis padres, dijeran que era necesario salir, simpatizar, prometerse, conocer bien a la persona y tener dinero antes de casarse. Los que decían esto quizá jamás habían conocido el lenguaje universal, porque cuando nos sumergimos en él, es fácil entender que siempre existe en el mundo una persona que espera a otra, ya sea en medio de la nada o en medio de una gran ciudad u otra cosa. Y cuando estas personas se cruzan y sus ojos se encuentran, todo el pasado y todo el futuro pierde su importancia por completo, y solo existe aquel momento y aquella certeza increíble de que todas las cosas bajo el Sol fueron escritas por la misma Mano. La Mano de Dios que despierta el amor, y que hizo un alma gemela para cada persona que trabaja, descansa y busca tesoros en el cielo. Porque sin esto no habría ningún sentido para los sueños de la raza humana.
Y entonces me aproximé a la joven mientras ella me sonreía:
− ¿Cómo te llamas? – pregunté.
− Marleny – dijo la joven con inmensa timidez.
− No sabía que existía un nombre tan bonito como tú – dije.

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