lunes, 26 de abril de 2010

Un Tiempo De Reflexión

La otra noche, mientras manejaba bicicleta en la pista, se me ocurrió pensar que el único tiempo de que dispongo realmente para la reflexión, es cuando voy agarrado del manubrio y sobre las ruedas. En efecto, es el único tiempo en que estoy libre; libre del teléfono, libre de mis ocupaciones habituales, libre de toda clase de interrupciones, y únicamente atento a la necesidad de usar con prudencia el manubrio y los frenos. Mientras corría por la pista, mi mente iba pasando de un pensamiento a otro con tanta facilidad como si hiciera click’s en el ordenador. Y cuando llegué a casa, me conocía a mí mismo un poco mejor.

martes, 20 de abril de 2010

La Máquina De Escribir

Durante mi adolescencia, e incluso desde más antes, en la década de los setenta, mi padre se había empeñado en que aprenda a escribir a máquina, pues parecía ser que eso era muy útil para cuando se quería escribir a máquina. En vista de ello, empecé a aprender y confieso que era bastante difícil. Lo que más me gustaba de la máquina de escribir es que parecía una tribuna de fútbol, llena de letras, esperando el momento de ver el partido. Cuando colocábamos la hoja de papel y le dábamos cuerda al rodillo, creíamos inocentemente, que la máquina de escribir era un instrumento que manejaríamos a nuestro antojo; pero nada más lejos de la realidad. La máquina de escribir tenía vida propia, y no le gustaba dejarse manejar por personas que no ejercían un dominio absoluto sobre ellas. En cuanto la máquina se daba cuenta de nuestra inexperiencia, empezaba a gastarnos toda clase de bromas, y algunas veces nos escondía una letra para ver lo que hacíamos.
− ¿En dónde se habrá metido la efe? – nos preguntábamos llenos de angustia −. Nada, que no encuentro la efe por ninguna parte… ¡En fin!, lo escribiré con pe.
Otras veces la máquina aprovechaba nuestro atontamiento para marcar la equis, que estaba siempre deseando salir, y tenía que aprovechar esos momentos para poder exhibirse. La máquina picoteaba el papel como una gallina y aprovechaba el final del reglón para tocar su timbre de bicicleta y asustarnos un poco.
− ¡No sea usted tonta y fea! – nos daban ganas de gritar −. ¿No ve que sabemos que es usted una máquina? ¡Más valdría que se pusiera usted una cinta limpia en el pelo, en vez de llevar esa que lleva tan negra!
Para escribir a máquina nos bastaba con un solo dedo y esto nos desagradaba, ya que nos hacía comprobar la inutilidad de los otros y no sabíamos qué hacer con ellos. A veces llegaba un momento en que sentíamos la sensación de tener cincuenta o sesenta dedos que nos colgaban de las manos como racimos de uvas.
Las máquinas de las oficinas solían ser máquinas poco serias, que se dejaban tocar por todo el mundo, mientras que las máquinas buenas estaban siempre metiditas en sus casas, zurciendo calcetines, repasando sus botones para que no se les caiga ninguno, o apenas dejándose tocar por sus dueños.
Por todas esas razones le fui tomando antipatía y no tenía nada de particular que, el día menos pensado, hubiera agarrado la máquina de escribir y hecho con ella un despertador para devolvérsela a mi padre.

martes, 13 de abril de 2010

Manejarse

El hombre que maneja bicicleta lo hace porque necesita manejarse; porque tal es su naturaleza. Las ruedas, el manubrio, el viento y el correr hacia el firmamento, no constituyen todo lo que encuentra en el camino; descubre, además, cosas a cerca de su propio cuerpo y de su propia mente que casi había olvidado en la rutina del vivir día con día cada día. Aprende para qué son sus piernas y sus pulmones, y qué quisieron decir los sabios cuando aconsejaron refrescar el espíritu.

Seguidores